LA TENTACIÓN DEL FRACASO

LA TENTACIÓN DEL FRACASO

 

Tuve la suerte de encontrarme con este testimonio acerca del gran Julio Ramón Ribeyro.

 

CONMEMORACIÓN

- Cesar Reyes V.


Pasé horas ante su tumba el día que fue sepultado.
Comencé a leerlo a los doce años en Huacho.
Luego, donde fuera que estuviera, lo seguí leyendo.
Cierta vez -al final de una conferencia- logré su firma en uno de sus libros.
Nunca dejé de leerlo. 


Durante dos años -en cuarto y quinto de secundaria- día por día, leí y releí a Julio Ramón Ribeyro.
Todas las noches, antes de dormir, abría uno de los tomos de "La palabra del mudo".
Tres tomos de pasta brillante y tersas hojas eran mi tesoro cotidiano.
Mi talismán secreto oculto bajo la almohada.


En 1984, al final de una apoteósica presentación, logré que el escritor estampara raudo su firma en un ejemplar de "Prosas apátridas" (que luego regalé a mi amigo/compadre Walter Salazar Pérez).
Cuando murió fui a su funeral, pero llegué tarde al entierro.
"Yo sé que quieres ir. Vamos".
Dicho y hecho, en menos de una hora, gracias a Juliana (una abogada del Congreso cuya promoción llevó el nombre del escritor) llegamos al cementerio Jardines de la Paz.
Contemplando el vasto horizonte de la ciudad, junto a su tumba cubierta de flores, pasaron las horas.
Así me despedí del escritor de mis más entrañables lecturas y relecturas.


Cuarentena y dos años después de mis fervorosas lecturas adolescentes, la mañana del 10.1.2021 comparezco -de súbito- ante un volumen que captura mi atención.
Se trata del libro que en toda una vida escribió su autor. Su título no puede ser más persuasivo y convincente: “La tentación del fracaso”. (Me encuentro -previo a mi retorno a Huacho- en el centro de Lima. Tengo previsto regalarme un libro y decido buscar “Soldados de Salamina” de Javier Cercas.
Los muchachos del centro ferial Amazonas ignoran al autor español y su obra más celebrada). Me parece desolador regresar a una ciudad donde solo existe una sola librería y escasos textos originales/legales.


Mientras deambulo entre libros que miro igual que a la gente que pasa por la calle, de pronto, semejante a un rostro amado, aparece el libro del autor de mi feliz juventud.
Parece mentira (tengo la edad para ser nieto de mí mismo) pero la emoción y el entusiasmo que experimento vuelve inalterable, implacable, sin edad.